lunes, 15 de septiembre de 2025

AUTOBIOGRAFIA EN EL CONGRESO DE LA NACION: 40 AÑOS DE PERIODISMO POLITICO

 


COBERTURAS: "RECORRIENDO LAS COMISIONES"


El grabador en mi mano pesa más que nunca. No por el plástico ni por las pilas, sino por el sentido.

 Cada palabra que atrape será una pieza más de este rompecabezas que llevo armando desde que llegué a Buenos Aires, cuando aún dormía en la plaza frente al Congreso con una manta prestada y la certeza de que algún día estaría aquí, del otro lado de la puerta.


La sala respira política. Las mesas en forma de U parecen abrazar el aire cargado de murmullos y papeles, de discursos que se preparan y de otros que ya no podrán decirse. Al fondo, la bandera argentina cuelga como un recordatorio de que no se trata de ellos ni de mí, sino de algo más grande, algo que siempre está en disputa.

Yo grabo. Grabo aunque nadie me lo pida, aunque algunos me miren de reojo como si fuera un intruso. Es mi manera de estar presente, de decir: aquí hubo alguien que escuchó, que tomó nota, que no dejó pasar lo que se dijo ni lo que se quiso ocultar.

Veo a los asesores moverse, a los legisladores intercambiar sonrisas o miradas tensas, y me pregunto cuántas de esas palabras llegarán a la gente tal como fueron dichas. Ahí es donde entra mi oficio, mi pequeña gran obsesión: que el ruido de la sala no se pierda, que lo que importa no quede sepultado bajo el protocolo.

Mi logo, en la esquina de la imagen, parece una firma invisible: un pacto conmigo mismo. No trabajo para un medio corporativo que me respalde ni para un jefe que me dicte línea editorial.

Trabajo como periodista independiente para el país que me vio nacer, para el chico que llegó a la capital con la guitarra en la espalda y el sueño de contar lo que pasaba en el corazón del poder.

La imagen captura uno de esos momentos que parecen rutinarios, pero que definen una vida entera dedicada al oficio. Estoy de pie, micrófono en mano, grabando cada palabra, cada gesto que pueda convertirse en testimonio.

La sala de comisión es un escenario familiar: largas mesas en forma de U, micrófonos mudos a la espera de la próxima intervención, el murmullo de los asesores y legisladores que se disuelve en el aire.

No es sólo un registro: es la necesidad de estar, de ser testigo. En el fondo flamea la bandera argentina, y detrás de ella, las figuras enmarcadas de los próceres me recuerdan que esta sala, aunque parezca gris y burocrática, es un lugar donde se decide el rumbo del país. Yo, que llegué desde mi pueblo con lo puesto y dormí en la plaza frente al Congreso, ahora camino con naturalidad por estos pasillos.

Las personas al fondo conversan en pequeños grupos; algunos se saludan, otros revisan papeles. Es el pulso de la política, que rara vez se detiene. Yo me mantengo firme, grabador en mano, porque mi trabajo es no dejar que ese pulso se pierda en el ruido.

En la esquina de la imagen, el logo de mi proyecto periodístico aparece casi como una firma. Es la confirmación de que este testimonio no será para un archivo personal, sino para compartir con otros, para que la ciudadanía sepa qué se dice y qué se calla en estos espacios.


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